viernes, diciembre 01, 2006

Arrebato


Dir. Iván Zulueta
España 1979




* Arrebato supone uno de los mayores shocks que ha recibido mi pobre mente de aficionado al cine. Zulueta quiebra la pantalla, no para homenajear el cine, sino para que este reflexione sobre si mismo. Se escabullen las excelentes interpretaciones, los magníficos guiones, los ritmos certeros, y las portentosas fotografías; solo CINE. Arrebato no es una película, es EL CINE, bombardeándonos con su discurso, con mil y una reflexión, ideas e impresiones; logrando el tan ansiado arrebato, tan solo al alcance de unos pocos cineastas. El cine como la búsqueda de las fisuras internas y externas que nos llevan a dimensiones ajenas a nuestra realidad; la búsqueda de lo que se intuye, y no existe si no se crea; del camino hacía un destino pese a todo incierto. Invención y descubrimiento. Arrebato es alucinógena y alucinante; para alucinados y artistas (no para quien crea ser tal).
Arrebato son dos obsesivas almas gemelas, cada una con la mente vagando en terrenos distintos.

* José es director de cine, pero no le gusta el cine, sino que al cine le gusta él. El cine como tirano ente superior, hechizante y vampírico, que exige al cineasta algo que este se ve incapacitado para ofrecerle, sumiéndolo así en la desesperación. Cuando cada holocausto es un fracaso morimos poco a poco, pasando del éxtasis del sacrificio al derrumbamiento en la miseria; pues nuestras ofrendas a ese dios inmisericorde, que durante años nos ha ofrecido pruebas de la viabilidad de la apoteosis y de la capacidad de otros feligreses, caen en saco roto y se desintegran, no como la conciencia de que nuestra aportación es un engendro bastardo que con vergüenza tan solo reconocemos nosotros, pero no aquel por quien lo creamos: CINE. Éxtasis; placer y dolor en la gestación; como el amor, el sexo, la droga. Y entre fracaso y fracaso, como en el amor, como en la droga, esa entidad nos agota y deja exhaustos, succiona el alma del cineasta, mientras este se empecina en su intento de asirla y ascender hasta ella; como cree que han hecho otros. José quiere transmitir en imágenes el rapto que experimenta, entre otras cosas mediante las drogas y cierto cine, pero nada de esto lo guía en la senda sobre como conseguirlo; y sigue estéril: droga, amor y cine están acabando con él; se estanca y hunde sin asidero alguno.

* La obsesión de Pedro es aun más enfermiza y grotesca; un adulto que no quería crecer, y que ahora intenta captar con el objetivo de su cámara aquello que lo arrebataba de niño. Intenta captar el estímulo raptor, huidizo, que solo aparece cuando quiere para transportarnos; hipnotizarnos; cosa que parece tan solo conseguir, también él, mediante las drogas. Pedro cree que las imágenes tienen un ritmo, que como la música en una bacanal, te lleva al trance; dar con él es hacer cine, ser y fundirse en él; trascender. Así que en su fijación pasa el día entero filmando y filmando, desesperándose ante el visionado de tantas horas de imágenes huecas y sin alma, donde ese arrebato no se digna aparecer. Achacándolo a falta de medios o desconocimiento del arte fílmico acude a José, sin saber de la impotencia y esterilidad que también a él lo aqueja.
José es el eterno y fiel comulgante; Pedro el pagano, eterno hereje viajero; ambos parecen condenados a no trascender. Pero mientras Pedro logrará la bendición de esa deidad vampírica que es el cine, como premio a sus desvelos, José será repudiado, excluido del rebaño; tal como yo lo veo.

* Arrebato admite análisis enciclopédicos, y tantas lecturas como el espectador quiera hacerle; pero admite requiriendo implicación y cierto esfuerzo; no solo de placeres banales va a vivir el hombre.

No hay comentarios: