jueves, octubre 25, 2007

Un, dos, tres, al Escondite Inglés


Dir. Iván Zulueta
España 1969

España se presenta a un concurso musical internacional llevando a este una sosa y horripilante canción que tocará interpretar a algún grupo puntero de la época. Un grupo de jóvenes, cual grupo terrorista, se dedicará a impedir a toda costa que ninguno de sus ídolos se rebaje a interpretar tal aberración.








* Película irreverente, divertidísima, excéntrica, y arriesgada para la época, tanto por algunos de sus contenidos, como por su aspecto técnico. Toda una declaración de principios de un director que tardó diez años en ofrecernos su siguiente film: la demoledora “Arrebato”. Director, al igual que Ibáñez Serrador, con un potencial tremendo para hacer cine, pero de quien tenemos pocas muestras de su buen hacer.
Película ácida y psicodélica, pero también bastante amable y jocosa, lo que le facilitaría las cosas a la hora de eludir la tijera de la censura.
Es una comedia musical, cuya trama es bastante lineal (se rodó sin guión), pero con un ritmo tan vital, tan rica visualmente, y tan generosa a la hora de arrancarnos carcajadas, que uno ha de rendirse ante ella.
Entre chanza y chanza se cuelan nunca disimuladas críticas al régimen y a la censura, a las claras, sin medias tintas y con un lenguaje bastante manifiesto. Solo que mientras uno se ríe es difícil tomarse muy en serio las diatribas anti-sistema de unos jóvenes atolondrados.
Ya de entrada, la idea de la que parte la película es ingeniosa. A todos, o al menos eso debería pasar, se nos sube la bilis a la garganta cada vez que de refilón hemos de presenciar fragmento alguno de esos indeseables concursos musicales, llámese como se llamen. Parece que Zulueta convirtió su fastidio en film, y a partir de la “tonta” idea logró una cinta de entretenimiento puro, pero que no se queda ahí. Ni mucho menos.
Ya he mencionado la carga revulsiva “ideológica” de la película, que vuelvo a repetir, no cala hondo, pero algo es algo, y al menos es provocativa. Pero técnicamente es fabulosa. Se insertan montones de bienvenidas paranoias en enfoques, planos, movimientos de cámara, cromáticas. Escenas como la de Jose María Iñigo y su “doppelgänger”, la casa de los globitos multicolores venenosos, el deambular de una de las parejitas protagonistas por una casa en ruinas mientras un desaliñado cantautor entona “La Tarara”… Esta última escena crea, a mi modo de ver, un ambiente onírico increíble, hasta turbador, no fuera de tono respecto al resto de la película, porque esta está plagada de experimentos y ensayos.
El absurdo más conseguido, para partirse de risa, o plantease como se puede uno salirse por la tangente del relato sin que choque. Multitud de “fugas”, en todos los sentidos, magistralmente ensambladas y “gestionadas”, surrealismo, psicodelia, y un espíritu inquieto. De lo más fresco y vivificante.

miércoles, octubre 24, 2007

El Espíritu de la Colmena

Dir. Victor Erice
España 1973

* En el cine patrio que he visto hay unas pocas muestras, joyas, que me entusiasman, y una gran mayoría de películas que, si no detesto profundamente, me generan una irritante indiferencia. “El Espíritu de la Colmena” es para mi una de esas joyas perdidas en la filmografía nacional. ¿Qué hemos hecho, o dejado de hacer en nuestro país, para haber abandonado el espíritu que anima películas como esta? Da igual.

* De entrada, me ofrece esta película un par de las interpretaciones infantiles que, dado el tono de la película, más grata impresión me han causado. La naturalidad con que se desenvuelven Ana e Isabel (nombres de las protagonistas, en el celuloide y la vida real) en la frialdad y contención del film es impresionante, y muy de agradecer. En un cine, llamémosle “ligerito”, los papeles infantiles pueden permitirse cierto margen de despropósito, pues nunca desentonarán, porque nadie se fijará en ellos, y a nadie le importará, a no ser que sean estrepitosamente torpes. Pero cuando hay cualquier pretensión, cualquier “espíritu” intentando dar carácter a un film: con colmena o sin ella… cuidado con los niños. Pocas cintas he visto con ese afán de “séptimo ARTE”, donde el papel de los niños no desbarate todo, donde aporten algo y contribuyan realmente a la obra de un equipo volcado en una empresa (en hacer cine por cine): “¿Quién puede matar a un niño” de Ibáñez Serrador, “La Ciudad de los Niños Perdidos” de Jeunet, “Nadie Sabe” de Koreeda, o “Ni uno Menos” de Yimou. “El Espíritu de la Colmena” está entre ellas, e incluso yo la distinguiría antes que cualquiera de las anteriores.

* La película nos muestra un frío, árido y desolador panorama de posguerra. Parece que el arruinado paisaje castellano haya impreso su espíritu en una sociedad yerma. Estéril todo por la guerra, la dictadura y la derrota de cualquier elemento que pudiera suponer un revulsivo intelectual, cultural y social en un universo muy necesitado de ello. Pese a esto, la prístina y cegadora frigidez del paisaje donde se desarrolla la historia tiene algo de imponente y majestuoso; marchita y agostada, pero magnificencia al fin y al cabo. Nada parece poder arraigar en tal contexto, lo que hace que el distanciamiento que la pequeña Ana sufre respecto a los referentes que han marcado su corta vida sea mayor. Pues, empujada desde su micromundo familiar a tener que buscar un sentido fuera de este, chocará contra el rigor glacial del mundo que la rodea. Todo lo inquieto, vital y agitado que puebla ese desierto son algunos de los personajes, cual llamas siempre avivadas en medio del páramo. Creo que si no se logra conectar con esa vida y experiencia individual de los protagonistas, sobre todo de la pequeña Ana, que se va nutriendo de todo tipo de sensaciones y conflictos, la película puede suponer al desafortunado solo un muestrario de insípidas estampas costumbristas y de posguerra; aunque a mi personalmente el aspecto visual del film ya me parece muy atrayente.

* Con este panorama Ana empieza a despertar a la realidad y despojarse de su infancia. Quizá tiene aun una muy tierna edad como para que esas vivencias la transformen demasiado, pero es un primer contacto con ese mundo triste pero cierto que nos intentan ocultar de niños. Las experiencias que vive le van abriendo los ojos y el corazón. La asaltan cientos de preguntas, su carácter y sus valores se van forjando, y lo más importante, va siendo consciente de la realidad humana y social de su entorno. Se enfrenta por primera vez al absurdo, la injusticia y la impotencia. Algo franco la hace reaccionar ante ello y afirmar inicialmente determinadas posiciones, aun algo vagas, y de las que nada sabía, pero que desde ese momento la irán convirtiendo en persona, en adulto… una pena. Las inquietantes vivencias de la pequeña Ana la espolean y estimulan a plantearse cosas en las que nunca había reparado, además de provocarle multitud de sensaciones que son la vidilla de ese erial pintado por Erice. Preguntas, preguntas y más preguntas asaltan a Ana. Mentiras, mentiras y más mentiras es todo lo que recibe. Esto se dio siempre, pero ahora ella lo sabe. Está perdiendo todos los referentes que tenía para moverse y comportarse en un mundo que se ha vuelto ahora un angustioso y temible laberinto de contradicciones. Se le han caído dioses y mitos, todo lo asentado se hace añicos, y se encuentra sola y perdida, con el infame mundo que acaba de descubrir a un lado, y con esa vasta y yerma naturaleza (humana también) a otro. Ya no puede acudir a lo seguro porque empieza a paladear el sabor amargo de la hipocresía y se va colando en ella la desconfianza y el desconsuelo. No puede reprochar a nadie que le hayan pintado el mundo con falsedades.
Montones de escenas turbadoras: la bromita de Isabel haciéndose la muerta, la aventura de Ana con el fugitivo, la secuencia de la setita…

sábado, octubre 20, 2007

Historia del Último Crisantemo

Zangiku monogatari
Dir. Kenji Mizoguchi
Japón 1939

Kikunosuke es el ahijado y protegido de un afamado actor de teatro, de forma que nadie es capaz de hacerle ver su falta de aptitudes, y siempre recibe alabanzas. Cuando una criada se sincera con él, diciéndole que tiene talento pero lo malgasta, que podría llegar a ser un gran actor, pero que las alabanzas marchitarán su carrera, tal muestra de arrojo y franqueza pone la semilla del afecto entre ambos, afecto que se convertirá en amor, y que les traerá agrias consecuencias debido a las diferencias sociales entre ambos.


¡Que magnífica, triste y emotiva película! Sobre el amor, la devoción, el honor, y el sacrificio. Durante muchos años, la única película que había viso de Mizoguchi había sido la inmensa “Cuentos de la Luna Pálida de Agosto”. Vaya con lo que me había estado perdiendo. Pero lo bueno, si dosificado, mejor. Antes que “Historia del Último Crisantemo” vi “Los Músicos de Gion”, y me quedé con ganas de más Mizoguchi. La película que me ocupa ahora me ha causado una impresión como pocas en mucho tiempo, pero no menos me maravilló al día siguiente “A Story of Chikamatsu”.
Con lo poco que he podido ver de Mizoguchi, caigo en la cuenta de que es un retratista, refinado y minucioso, de la desgracia humana. Una desgracia que golpea ciegamente; que puede venir envuelta en diferentes ropajes; que puede verse venir, o golpear sin previo aviso; que igual derriba al de más baja ralea, que al de más alto rango, hiriendo tanto al desvalido, como al poderoso e “inalcanzable”. Es la gran protagonista de sus films: el infortunio que va asomando cabeza desde las primeras escenas y termina acaparándolo todo, tiñendo cada secuencia. Un infortunio raramente suavizado con bienintencionados y curativos momentos de felicidad. Poca cabida hay para la dicha cuando se afana uno en perfilar la adversidad. Parece que Mizoguchi prefiere presentar la fatalidad tal cual, sin fisuras y pujante. Pero la poca dicha que se cuela furtiva en el corazón de los personajes, por humilde que nos parezca entre tal cúmulo de sinsabores, es lo suficientemente rutilante para como para servir de consuelo, y sin cegar a nadie ante su situación, dar la entereza necesaria: nos agarramos a un clavo ardiendo. Si bien los esporádicos chispazos de desahogo contribuyen mayormente a dar colorido a la desgracia, y me refiero a diferentes formas de enfocarla y sentirla, por nosotros, no por los ofuscados personajes, y porque la desolación admite visiones, pero su naturaleza siempre es la misma, lo que hace que la historia no se nos eche encime cual indómita fiera es la calidad humana que a veces muestran los protagonistas; sobre todo, ella. Excepcional muestra de sacrificio, devoción y fuerza de voluntad, que da a la película una belleza inaudita, y la hacen conmovedora, sumando la fría belleza de las imágenes a la espiritual del personaje, aunque tales muestras de devoción al prójimo, mas que bellas, sean inquietantes. Esas actitudes y actos de afirmación de los sentimientos y valores es lo que contrarresta el oscuro relato que presenciamos. Las Erinias del infortunio asolando, lanzándose en picado continuamente sobre los protagonistas, intentando calar en sus almas, como se han adueñado de las de la mayoría de personajes. La total entereza de Otoku, que con resignación aguanta los envites de la desventura logra que su compañero, dotado de una menor fuerza interior, sucumba del todo. El inicial afecto que Otoku siente hacia Kikunosuke se va convirtiendo en amor, un amor rayano finalmente en la obsesión. Pues tal sacrificio por parte de ella, con el simple objeto de que el triunfe en su carrera de actor, viendo algunos de los desgarros que la relación sufre de vez en cuando a instancias de él, por mucho que su amor se acerque al final tímidamente al de ella, repito, tal sacrificio es incomprensible si no estamos ante un amor que deja de serlo para ser cuestión de mártires. Ella acaba siendo un instrumento al servicio de una meta ajena; ebria por la consecución del objetivo marcado, el cual da significado a su vida, aunque no revierta en ella, sino en otra persona. Se podría decir que estamos ante una historia de amor imposible, no por irrealizable, sino por incomprensible e inusitado, aunque se de más veces de lo normal, y de lo que debiera darse. La inclinación de Otoku supera con desmesura la que él siente, de tal manera, que es un amor unidireccional, dada las proporciones de los sentimientos de ella. No hay finalmente historia de amor que valga: tantos traspiés va pegando durante toda la película una posible reciprocidad… me repugna la actitud de Kikunosuke y su falta de convicción.
Film de un romanticismo desatado, que no llega a virulento por la equívoca placidez con que lo pinta Mizoguchi.