Kikujiro no Natsu
Dir. Takeshi Kitano
Japón 1998
A Masao le gustaría, como a cualquier otro niño de su edad, pasar el verano con sus amigos, jugando, de excursión, en la playa, o salir de viaje con sus padres. Pero su padre hace tiempo que murió, y su madre, a la cual apenas conoce, vive en una ciudad lejos de Tokio, donde él vive solo con su abuela, a las puertas de un verano que se presenta bastante mortificante. Todos sus amigos se van yendo a veranear con sus familias, su abuela no tiene tiempo para entretenerlo; parece que le esperan varios meses de jugar solo, estar en casa, o vagar por la ciudad.
Pero una amiga de su abuela, compadeciéndose de Masao, decide alegrarle el verano, y encomienda a su marido, Kikujiro, la persona menos adecuada para tratar con niños, que acompañe al pequeño a visitar a su madre.
La compañía de aquel señor, que reúne unas cuantas de las cualidades menos aceptables para hacer de niñera, hacen del viaje toda una aventura desde el principio. Pero cuando den con la madre de Masao, y este acabe decepcionado y hundido por el escenario con que se encuentra, se volverá todo surrealista debido a los esfuerzos de Kikujiro por consolar al niño y crear para él un minimundo mágico que disipe su abatimiento mientras dure el viaje de regreso.
* ¿Por qué me ha gustado tanto esta película? Pues posiblemente por haber conseguido algo que, sin ser imposible (a otros también les sale como si nada), es bastante poco frecuente, y es el elaborar un dramita, manteniendo un tono entristecido durante toda la película, pero cargándolo también de una comicidad entre macarra, tierna y extravagante, que no choca, y logra un relato tierno y muy conmovedor. Donde otros obtendrían un drama trillado y empalagoso sobre infante desgraciado, o un engendro grotesco intentando casar amargura e hilaridad, Kitano gana una historia entrañable, empañada siempre de un aire tristón, pero que encadena, una detrás de otra, un sinfín de escenas cómicas muy divertidas, y que hacen la película muy, muy agradable.
* Todos los personajes, por muy puntuales o secundarios que sean, aportan su migaja al desarrollo de los demás, y de la película.
La figura del niño pronto cede todo el protagonismo a la de Kikujiro, interpretado por Kitano. Me encanta el papelón que hace el señor Kitano, y ese desgarbado personaje que aborda. Es entrañable como se convierte en un denodado bienhechor del niño, sin dejar de lado su carácter y personalidad. Vemos como la desventura del pequeño Masao despierta algo en él, e intenta poner al servicio del niño, para consoloarlo en la medida de lo posible, los mejores sentimientos de los que se alma es capaz; como seguro hizo Kitano al elaborar esta película. Vemos a un hombre egoísta acabar montando todo un circo para aliviar el corazón del pequeño. Pero esta supuesta transformación, que incluso despabila los sentimientos filiales de Kikujiro, no parece surtir mucho efecto en su temperamento. Kikujiro pasa de ser un irresponsable jugador, desvergonzado, arisco y macarra; a ser un camorrista maleducado, hosco pendenciero, pero que parece empezar a experimentar eso que llaman sentimientos; los de la facción noble y desprendida, y se propone, si no arrancar a la realidad el niño, arrancar a este unas sonrisas.
* Es fácil, en películas de este estilo, que nuestra atención se centre en el desdichado niño, pero aquí Kitano y lo genial de su personaje guían el cotarro, con la colaboración de algún que otro asistente, todos un poco freakies, pero entrañables. Y es que a medida que avanza la película esta va pasando de road-movie tragicómica, de ágil ritmo e imaginativa narración, a tomar unos aires de cuento conmovedor lleno de personajes y situaciones divertidas y ocurrentes. Tanto ese poeta-mago-artista que cuenta historias al niño y lo asombra a base de trucos, como esos dos moteros con pinta de malotes, pero inocentes e infantiles (por cierto, sacados del programa Humor Amarillo), que se prestan a participar en todo lo que Kikujiro prepara para solaz del niño, parecen salidos de un fábula.
* En fin; película gratificante, para olvidarse de lo prosaico del mundo, y del ruido del tráfico; para echarse a reír cada dos por tres; para volver a la infancia; con un ritmo narrativo de una vitalidad apabullante, unos personajes de fábula, y un Kitano (delante y detrás de la cámara) para quitarse el sombrero. Imaginativa y sensible.