España se presenta a un concurso musical internacional llevando a este una sosa y horripilante canción que tocará interpretar a algún grupo puntero de la época. Un grupo de jóvenes, cual grupo terrorista, se dedicará a impedir a toda costa que ninguno de sus ídolos se rebaje a interpretar tal aberración.
* Película irreverente, divertidísima, excéntrica, y arriesgada para la época, tanto por algunos de sus contenidos, como por su aspecto técnico. Toda una declaración de principios de un director que tardó diez años en ofrecernos su siguiente film: la demoledora “Arrebato”. Director, al igual que Ibáñez Serrador, con un potencial tremendo para hacer cine, pero de quien tenemos pocas muestras de su buen hacer.
Película ácida y psicodélica, pero también bastante amable y jocosa, lo que le facilitaría las cosas a la hora de eludir la tijera de la censura.
Es una comedia musical, cuya trama es bastante lineal (se rodó sin guión), pero con un ritmo tan vital, tan rica visualmente, y tan generosa a la hora de arrancarnos carcajadas, que uno ha de rendirse ante ella.
Entre chanza y chanza se cuelan nunca disimuladas críticas al régimen y a la censura, a las claras, sin medias tintas y con un lenguaje bastante manifiesto. Solo que mientras uno se ríe es difícil tomarse muy en serio las diatribas anti-sistema de unos jóvenes atolondrados.
Ya de entrada, la idea de la que parte la película es ingeniosa. A todos, o al menos eso debería pasar, se nos sube la bilis a la garganta cada vez que de refilón hemos de presenciar fragmento alguno de esos indeseables concursos musicales, llámese como se llamen. Parece que Zulueta convirtió su fastidio en film, y a partir de la “tonta” idea logró una cinta de entretenimiento puro, pero que no se queda ahí. Ni mucho menos.
Ya he mencionado la carga revulsiva “ideológica” de la película, que vuelvo a repetir, no cala hondo, pero algo es algo, y al menos es provocativa. Pero técnicamente es fabulosa. Se insertan montones de bienvenidas paranoias en enfoques, planos, movimientos de cámara, cromáticas. Escenas como la de Jose María Iñigo y su “doppelgänger”, la casa de los globitos multicolores venenosos, el deambular de una de las parejitas protagonistas por una casa en ruinas mientras un desaliñado cantautor entona “
El absurdo más conseguido, para partirse de risa, o plantease como se puede uno salirse por la tangente del relato sin que choque. Multitud de “fugas”, en todos los sentidos, magistralmente ensambladas y “gestionadas”, surrealismo, psicodelia, y un espíritu inquieto. De lo más fresco y vivificante.