Japón 2001
Ya la primera secuencia, en la que presenta al personaje de Tachibana, me gana para esta película: un director de cine, enamorado de este, y obsesionado con la actriz Chiyoko Fujiwara, se pasa el día enfrascado en las películas de esta actriz. Toda esa secuencia me sedujo, porque sin llegar a su nivel de obsesión, yo también tengo mi propio refugio apartado del mundanal ruido; mi habitáculo donde pulsar “play” y perderme entre las tramas y personajes del cine.
Ese amor platónico que Tachibana siente por Chiyoko, por su trabajo, por una actriz ya muy, muy entrada en años, es entrañable y emociona, pero todo lo que se desplegará posteriormente es apasionante.
Desde el momento que comienza la entrevista se funde realidad y fantasía, se entrelazan las memorias de la vida de la actriz, sus recuerdos de la vida cotidiana con los de sus películas, en una admirable simbiosis, donde aunque podamos distinguir entre “realidad” y “ficción”, parece que no haya línea divisoria alguna, pues las inquietudes y sentimientos de Chiyoko, desde su juventud, siempre estuvieron condicionando su trabajo en el cine.

Los esfuerzos de Chiyoko por ir dando forma a sus recuerdos, ensamblarlos para presentarlos de forma que expliquen su vida, y hacérsela entender a sus invitados, es sublime, y la historia de amor que supone, de un amor espléndido y puro, es de lo más bello, y también triste, que he visto en el cine, el cual Chiyoko rinde en aras de su ideal y su búsqueda.
La detallista, exuberante y bella animación, y la magnífica música acompañan de forma perfecta esta triste y hermosa historia, que tiene algunos crescendos y picos de exaltación y lirismo arrolladores, tanto en lo visual como en lo emocional.
Para aficionados al anime que quieran darse un poético banquete visual y de sensaciones; para románticos empedernidos, y para todo aquel que haya corrido tras una ilusión, una sombra, o una quimera.