jueves, agosto 30, 2007

El Apartamento

L’ Appartement
Dir. Gilles Mimouni
Francia / España / Italia 1996

Max es un hombre de negocios, enfrascado en importantes empresas y apunto de casarse con una encantadora mujer. Pero, de buenas a primeras, algunos recuerdos del pasado, referentes a un antiguo amor, lo asaltan y se inmiscuyen en su vida actual, con tanta fuerza, que hace un paréntesis para resolver asuntos que ahora recuerda tener pendientes; asuntos que lo irán apartando cada vez más de la vida que se ha fraguado.

* El aséptico e inocuo mundo burgués que vemos desfilar en las primeras secuencias se evapora pronto, y en pocas escenas nos encontramos inmersos en un mundo tan enrevesado y caótico que llega a ser oscurísimo y casi desvariante. Planteado en principio de forma muy romántica, pero con unos personajes que llevan al extremo su vehemencia, que idealizan de forma gratuita y desesperada, creándose necesidades y primacías déspotas; y continuamente. Sus idealizaciones se volatilizan siempre al primer envite de cualquier impresión mínimamente intensa. Estos personajes se dejan arrastrar por todo, con una inconsciencia obscena que los arranca enérgicamente de cualquier realidad forjada; y nos llevan consigo. Solo hay que ver al personaje de Max (Vincent Cassel): una voz furtiva capturada a través de una pared es suficiente para raptarlo y lanzarlo al caos; hacerle olvidar todo lo que le rodea; disipar su vida, por muy asentada que pudiera parecernos. En tales situaciones uno llega a asumir que no puede fiase ni de si mismo, y es algo demoledor; pero Max no asume nada de nada. Y no solo esto. Ya entrado en faena, incluso reconociendo sus errores empalma uno tras otro, como convencido de que todo lo que ocurre es solo un sueño, algo tan irreal que todo lo negativo que conlleve también lo será; que si nada bueno trae, siempre queda despertarse. Y el final de la película parece corroborar la visión del protagonista, al menos en lo que a él se refiere: en una vertiginosa espiral salva a algunos y machaca a otros, dejando con ello una sensación muy, muy amarga.
Y el personaje de Max no es el más extraviado, los hay que van aún más a la deriva.
Quienes solemos caer en dinámicas similares, y nada tenemos que “envidiar” de la tozudez con que los protagonistas se lanzan al desastre, podemos llegar a comprenderlos, e incluso simpatizar con ellos, identificarnos, pero es tal la exacerbada insensatez y falta de sentido común de Max, Lisa y compañía, que la mayoría de la gente los verán como criaturas fantásticas a fuerza de disfunción y arrobamiento, falta de reflexión e incapacidad de asimilación. Creo que estos personajes caerán mal, pues pueden parecer demasiado exagerados, amén de dispersos, e inspiran una desconfianza totalmente “justificada”, porque tienen la desfachatez de no aceptar la realidad, de no conformarse y amoldarse a los reveses, de no reconocer nada, tarea en la que se afanan la mayoría de los mortales.

* La primera parte de la película si supone una muestra de visceral romanticismo muy francés: impresiones que disparan los flash-backs que articulan la película, casualidades, recuerdos, acciones desesperadas, desamores, y en fin, todo muy rebuscado, pero hechizante. Pero si ya era oscura y misteriosa la trama en esos momentos, no hará más que complicarse. El sentimentalismo se pone al rojo vivo, la historia se enmaraña hasta extraviarnos, y todo se vuelve enfermizo y malsano. Y al final, como por arte de magia, Maz acaba despertando tan tranquilo, tras haber pasado devastadoramente inconsciente por la vida y muerte de otras personas.

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